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segundos y luego se abrió dejando caer al suelo un puñado de runas.
- ¡No! - gritó Andras - ¡Maldita seas!
La acción de Rai rompió el contacto entre Keyan y Andras. Keyan dio dos pasos hacia
atrás, sacudiendo la cabeza como si saliera de un sueño. Andras se giró y contempló a
Rai con odio.
- ¡Devuélveme esa bolsa, perra! - exclamó, y golpeó a Rai con el dorso de la mano
arrojándola al suelo.
Keyan volvió en sí justo a tiempo de ver a Andras golpear a Rai. La conciencia de la
realidad volvió a él de golpe, como una explosión de hechos e imágenes en su cerebro;
pero sus sentidos sólo le informaban de dos hechos muy claros: aquel siervo del Lado
Oscuro estaba golpeando a Rai; la espada de luz estaba en su mano, encendida.
Una roja furia se apoderó de Keyan.
Andras pudo sentir la ira en su adversario. En condiciones normales aquello habría sido
deseable: el muchacho era un aprendiz y estaba atravesando la fase más crítica y
peligrosa de su entrenamiento Jedi; pero en aquellos instantes, la ira significaba peligro.
Con el rabillo del ojo, Andras pudo ver como Keyan empuñaba su sable de luz con
ambas manos. El Adepto Oscuro apenas si tuvo tiempo para soltar a Rai y retroceder de
un salto mientras Keyan golpeaba con su espada. El mandoble impactó contra el suelo de
piedra arrancando guijarros del mismo por el impacto.
Andras retrocedió varios pasos. Keyan le siguió con la mirada y levantó su sable de luz,
dispuesto a golpear de nuevo. Esta vez no fallaría. Andras comenzó a sudar, sabedor de
aquello.
- ¡Keyan, no! - exclamó Rai.
La voz de Rai sorprendió a Keyan y le sacó de aquel estado de furia inconsciente en
que se hallaba. Keyan volvió a ser dueño de sus actos, pero el odio que sentía hacia
aquel hombrecillo encapuchado no había disminuido en absoluto. Keyan detuvo su
movimiento de ataque pero permaneció contemplando con enojo a Andras, sin apagar su
sable de luz.
Entonces Keyan sintió una mano en su hombro y pudo oír la voz de su hermana junto a
él.
- Esta desarmado, Keyan - dijo Rai con dulzura -. Déjale y vayámonos de aquí.
Las palabras de Rai acabaron definitivamente con el estado de agresividad de Keyan.
Como en un sueño, una de las enseñanzas de su mentor, Erhad el Calamariano,
acudieron a su mente: Cuídate de la ira y la agresión, Keyan; pues poderosas son y
conducen al Lado Oscuro .
Rai no había oído hablar de la Fuerza ni del Lado Oscuro hasta su encuentro con
Keyan en Halador; pero su educación en el templo de Ommo le había enseñado el
respeto a la vida en todas sus formas. Andras era un hombre malvado, pero matarle en
aquellas condiciones sería un asesinato e iría en contra de sus creencias. Keyan lo
comprendió, y se dio cuenta de cuán parecidos eran sus principios a los del Código Jedi.
La ira se disipó, dejando paso a la razón.
Keyan bajó su espada.
- Tienes razón, Rai - dijo finalmente -. Vámonos de aquí.
Rai sonrió y le dio la mano, mientras comenzaba a caminar hacia la salida. Keyan
comenzó a seguirla sin perder de vista al Adepto mientras en el exterior retumbaban las
explosiones.
Andras, por su parte, había contemplado la escena atravesando por un mar de
emociones: alivio, al ver como Keyan detenía su golpe; confusión, al comprender que el
Jedi no proseguía su ataque; y, finalmente, ira. Una ira que fue creciendo en su interior
hasta convertirse en rabia al contemplar la pretendida nobleza del acto. Aquellos
jovenzuelos no le consideraban lo suficientemente importante o digno como para acabarle
y se dignaban perdonarle la vida.
Aquello era humillante. No podía permitirlo.
Con un golpe de rabia, Andras proyectó la Fuerza golpeando a Keyan y a Rai. La
fuerza del impactó les separó pero no consiguió derribarles. Keyan adoptó de inmediato
una posición de defensa, pero Andras volvió a elevar sus manos y dirigió su poder hacia
Keyan intentando de nuevo controlar su mente para hacer que se matara con su propia
espada.
Keyan esperaba el ataque, pero le sorprendió la fortaleza del mismo. Esta vez, sin
embargo, ya conocía el poder del Adepto Oscuro e intentó resistir con mayor eficacia,
pero el ataque estaba alimentado por la ira y esta vez era incluso más poderoso que
antes. Keyan se concentró intentando por todos los medios resistir la invasión en su
mente por parte de Andras, pero no sabía muy bien cómo iba a lograrlo.
Rai observó asustada el contraataque de Andras, contemplando el rostro retorcido por
la furia del Adepto. Debía hacer algo por ayudar a Keyan. Rai retrocedió un par de pasos
y entonces notó un bulto en su regazo: era su bolsa de runas que había recuperado de
Andras. El Adepto ya no contaba con las runas y, al parecer, era su furia la que le daba
fuerzas.
Rai vio el camino.
Inspiró con fuerza y juntó las manos, invocando el poder de sus runas como le habían
enseñado sus maestros en Halador para disipar la furia del Adepto. Esta vez el sigilo no
importaba, sino el poder; ya que era más difícil calmar a un humano furioso que a dos
sybirks hambrientos.
Andras y Keyan sintieron la acción de Rai casi al unísono. Andras notó cómo su furia
desaparecía de modo inexplicable y, a la vez, cómo su ataque se debilitaba. Keyan sintió
el contacto de Rai, no directo, pero sí poderoso y comprendió que las runas eran la fuente
de su poder.
En Halador, Rai le había mostrado a Keyan sus runas y la manera en que podía
emplearlas para leer el futuro con cierta precisión. Keyan pudo sentir como la Fuerza fluía
por las runas y era amplificada por ellas. Su maestro le había hablado en una ocasión de
los cristales Kaiburr, y de como poseían el poder de amplificar la Fuerza si eran usados
correctamente.
Y entonces recordó que Rai le había regalado un amuleto rúnico en Halador para darle
suerte en su misión. Casi se había olvidado de la pequeña runa que colgaba de su cuello
desde entonces. La intervención de Rai había debilitado la fuerza del ataque de Andras y
Keyan descubrió que conservaba el control de su mano izquierda. Andras se concentraba
en su espada de luz y ahora parecía intentar atacar también a Rai, pero al dividir sus
esfuerzos sólo parecía lograr debilitarse aún más.
Keyan rebuscó con su mano izquierda hasta encontrar el amuleto y lo agarró. No sabía
muy bien si funcionaría y, en tal caso, cómo hacer uso de él; pero decidió concentrarse
aún más en su resistencia y dejar fluir la Fuerza a su través.
Y repentinamente, como si alguien hubiera restaurado alguna conexión perdida en lo
más profundo de su ser, recuperó el control de si mismo. La oscura presencia de Andras
desapareció por completo de él.
Andras percibió la rotura del contacto e intentó con desesperación restablecer su
ataque. Pero el miedo, aunque poderoso, es un débil sustituto de la ira.
Keyan, dueño de sí una vez más; empuñó su sable de luz. Andras era un ser peligroso,
lleno de odio. La respuesta era evidente. No había ira ahora, sólo convencimiento.
Para un Jedi no hay emociones, sólo hay paz .
Andras, desesperado, retrocedió y sacó de entre los pliegues de su túnica un pequeño
blaster. Pero no fue lo suficientemente veloz. Keyan alzó su espada de luz y la hizo
descender en un rápido arco.
En unos segundos, todo había acabado. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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segundos y luego se abrió dejando caer al suelo un puñado de runas.
- ¡No! - gritó Andras - ¡Maldita seas!
La acción de Rai rompió el contacto entre Keyan y Andras. Keyan dio dos pasos hacia
atrás, sacudiendo la cabeza como si saliera de un sueño. Andras se giró y contempló a
Rai con odio.
- ¡Devuélveme esa bolsa, perra! - exclamó, y golpeó a Rai con el dorso de la mano
arrojándola al suelo.
Keyan volvió en sí justo a tiempo de ver a Andras golpear a Rai. La conciencia de la
realidad volvió a él de golpe, como una explosión de hechos e imágenes en su cerebro;
pero sus sentidos sólo le informaban de dos hechos muy claros: aquel siervo del Lado
Oscuro estaba golpeando a Rai; la espada de luz estaba en su mano, encendida.
Una roja furia se apoderó de Keyan.
Andras pudo sentir la ira en su adversario. En condiciones normales aquello habría sido
deseable: el muchacho era un aprendiz y estaba atravesando la fase más crítica y
peligrosa de su entrenamiento Jedi; pero en aquellos instantes, la ira significaba peligro.
Con el rabillo del ojo, Andras pudo ver como Keyan empuñaba su sable de luz con
ambas manos. El Adepto Oscuro apenas si tuvo tiempo para soltar a Rai y retroceder de
un salto mientras Keyan golpeaba con su espada. El mandoble impactó contra el suelo de
piedra arrancando guijarros del mismo por el impacto.
Andras retrocedió varios pasos. Keyan le siguió con la mirada y levantó su sable de luz,
dispuesto a golpear de nuevo. Esta vez no fallaría. Andras comenzó a sudar, sabedor de
aquello.
- ¡Keyan, no! - exclamó Rai.
La voz de Rai sorprendió a Keyan y le sacó de aquel estado de furia inconsciente en
que se hallaba. Keyan volvió a ser dueño de sus actos, pero el odio que sentía hacia
aquel hombrecillo encapuchado no había disminuido en absoluto. Keyan detuvo su
movimiento de ataque pero permaneció contemplando con enojo a Andras, sin apagar su
sable de luz.
Entonces Keyan sintió una mano en su hombro y pudo oír la voz de su hermana junto a
él.
- Esta desarmado, Keyan - dijo Rai con dulzura -. Déjale y vayámonos de aquí.
Las palabras de Rai acabaron definitivamente con el estado de agresividad de Keyan.
Como en un sueño, una de las enseñanzas de su mentor, Erhad el Calamariano,
acudieron a su mente: Cuídate de la ira y la agresión, Keyan; pues poderosas son y
conducen al Lado Oscuro .
Rai no había oído hablar de la Fuerza ni del Lado Oscuro hasta su encuentro con
Keyan en Halador; pero su educación en el templo de Ommo le había enseñado el
respeto a la vida en todas sus formas. Andras era un hombre malvado, pero matarle en
aquellas condiciones sería un asesinato e iría en contra de sus creencias. Keyan lo
comprendió, y se dio cuenta de cuán parecidos eran sus principios a los del Código Jedi.
La ira se disipó, dejando paso a la razón.
Keyan bajó su espada.
- Tienes razón, Rai - dijo finalmente -. Vámonos de aquí.
Rai sonrió y le dio la mano, mientras comenzaba a caminar hacia la salida. Keyan
comenzó a seguirla sin perder de vista al Adepto mientras en el exterior retumbaban las
explosiones.
Andras, por su parte, había contemplado la escena atravesando por un mar de
emociones: alivio, al ver como Keyan detenía su golpe; confusión, al comprender que el
Jedi no proseguía su ataque; y, finalmente, ira. Una ira que fue creciendo en su interior
hasta convertirse en rabia al contemplar la pretendida nobleza del acto. Aquellos
jovenzuelos no le consideraban lo suficientemente importante o digno como para acabarle
y se dignaban perdonarle la vida.
Aquello era humillante. No podía permitirlo.
Con un golpe de rabia, Andras proyectó la Fuerza golpeando a Keyan y a Rai. La
fuerza del impactó les separó pero no consiguió derribarles. Keyan adoptó de inmediato
una posición de defensa, pero Andras volvió a elevar sus manos y dirigió su poder hacia
Keyan intentando de nuevo controlar su mente para hacer que se matara con su propia
espada.
Keyan esperaba el ataque, pero le sorprendió la fortaleza del mismo. Esta vez, sin
embargo, ya conocía el poder del Adepto Oscuro e intentó resistir con mayor eficacia,
pero el ataque estaba alimentado por la ira y esta vez era incluso más poderoso que
antes. Keyan se concentró intentando por todos los medios resistir la invasión en su
mente por parte de Andras, pero no sabía muy bien cómo iba a lograrlo.
Rai observó asustada el contraataque de Andras, contemplando el rostro retorcido por
la furia del Adepto. Debía hacer algo por ayudar a Keyan. Rai retrocedió un par de pasos
y entonces notó un bulto en su regazo: era su bolsa de runas que había recuperado de
Andras. El Adepto ya no contaba con las runas y, al parecer, era su furia la que le daba
fuerzas.
Rai vio el camino.
Inspiró con fuerza y juntó las manos, invocando el poder de sus runas como le habían
enseñado sus maestros en Halador para disipar la furia del Adepto. Esta vez el sigilo no
importaba, sino el poder; ya que era más difícil calmar a un humano furioso que a dos
sybirks hambrientos.
Andras y Keyan sintieron la acción de Rai casi al unísono. Andras notó cómo su furia
desaparecía de modo inexplicable y, a la vez, cómo su ataque se debilitaba. Keyan sintió
el contacto de Rai, no directo, pero sí poderoso y comprendió que las runas eran la fuente
de su poder.
En Halador, Rai le había mostrado a Keyan sus runas y la manera en que podía
emplearlas para leer el futuro con cierta precisión. Keyan pudo sentir como la Fuerza fluía
por las runas y era amplificada por ellas. Su maestro le había hablado en una ocasión de
los cristales Kaiburr, y de como poseían el poder de amplificar la Fuerza si eran usados
correctamente.
Y entonces recordó que Rai le había regalado un amuleto rúnico en Halador para darle
suerte en su misión. Casi se había olvidado de la pequeña runa que colgaba de su cuello
desde entonces. La intervención de Rai había debilitado la fuerza del ataque de Andras y
Keyan descubrió que conservaba el control de su mano izquierda. Andras se concentraba
en su espada de luz y ahora parecía intentar atacar también a Rai, pero al dividir sus
esfuerzos sólo parecía lograr debilitarse aún más.
Keyan rebuscó con su mano izquierda hasta encontrar el amuleto y lo agarró. No sabía
muy bien si funcionaría y, en tal caso, cómo hacer uso de él; pero decidió concentrarse
aún más en su resistencia y dejar fluir la Fuerza a su través.
Y repentinamente, como si alguien hubiera restaurado alguna conexión perdida en lo
más profundo de su ser, recuperó el control de si mismo. La oscura presencia de Andras
desapareció por completo de él.
Andras percibió la rotura del contacto e intentó con desesperación restablecer su
ataque. Pero el miedo, aunque poderoso, es un débil sustituto de la ira.
Keyan, dueño de sí una vez más; empuñó su sable de luz. Andras era un ser peligroso,
lleno de odio. La respuesta era evidente. No había ira ahora, sólo convencimiento.
Para un Jedi no hay emociones, sólo hay paz .
Andras, desesperado, retrocedió y sacó de entre los pliegues de su túnica un pequeño
blaster. Pero no fue lo suficientemente veloz. Keyan alzó su espada de luz y la hizo
descender en un rápido arco.
En unos segundos, todo había acabado. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]