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Rodeó a Dot con sus brazos y la estrechó como una niña hubiera acariciado a una de sus muñecas.
-Berta no ha podido quedarse en casa esta mañana. Temía, estoy seguro de ello, el son de las campanas y
no podía soportar la proximidad de la boda. De modo, que hemos salido temprano de casa y hemos venido
inmediatamente.
-He reflexionado sobre cuanto hice -dijo después de un momento de silencio-. Me reproché, hasta el
punto de no saber qué resolución tomar, toda la pena que le he causado, y he resuelto que más vale -si
queréis quedaros conmigo por breves instantes, señora- enterarla de toda la verdad. ¿Queréis quedaros
conmigo estos instantes? -le preguntó Caleb, temblando de pies a cabeza-. Ignoro el efecto que le voy a
producir; ignoro lo que pensará de mí; ignoro si después de la revelación amará aún a su pobre padre. Pero
es enteramente necesario para su bien que quede desengañada, y en cuanto a mí, sean cuales fueran las
consecuencias, es justo que las sufra.
-María -dijo Berta-, ¿dónde está vuestra mano? ¡Ah! Aquí, aquí está. -La llevó a sus labios con una
sonrisa, y pasándola luego bajo su brazo, continuó-: Les oí hablar anoche de cierta acusación contra ustedes.
Eran injustos.
La esposa del carretero guardaba silencio. Caleb respondió por ella:
-¡Eran injustos! -dijo.
-¡Estaba segura! -exclamó con orgullo-. Ya se lo dije a ellos. Me negué a oír en absoluto. ¡Acusarla con
justicia! -apretaba entre las suyas la mano aprisionada y juntaba su mejilla con la de Dot-. ¡No! No estoy tan
ciega como para eso.
Y Caleb estaba a un lado de la cieguecita, mientras que Dot permanecía al otro con su mano cogida.
-Os conozco a todos mejor de lo que os figuráis. Pero a nadie mejor que a ella. Ni a vos, padre mío. Nada
percibo a mi alrededor con tanta realidad, con tanta verdad como a ella. ¡Si en este instante recobrara la
vista, sin que se me dijera una sola palabra, la reconocería entre una multitud! ¡Hermana mía!
-Berta, hija mía -dijo Caleb-, necesito decirte algo que me pesa sobre la conciencia, ahora que estamos
solos los tres. Debo hacerte una confesión. ¡Encanto mío!
-¿Una confesión, padre mío?
-Me alejé de la verdad y me perdí -prosiguió Caleb con expresión desgarradora que le alteraba el
semblante por completo-. Me alejé de la verdad por tu amor, y este amor me hizo cruel.
Berta volvió hacia él su rostro, en que se reflejaba profundo asombro, y repitió:
-¡Cruel!
-Se acusa con harta severidad, Berta -añadió Dot-, lo reconoceréis vos misma; vais a reconocerlo en
seguida.
-¡Él! ¡Cruel para conmigo! -exclamó Berta con incrédula sonrisa.
-Sin querer, hija mía -dijo Caleb-. Pero lo he sido, aunque hasta ayer no lo notara. Hija mía, óyeme y
perdóname. El mundo en que vives no existe tal como te lo he representado. Los ojos de que te fiaste han
mentido.
Berta volvió de nuevo hacia él su semblante, que mostraba creciente sorpresa, pero retrocedió y se
estrechó contra su amiga.
-El camino de la vida te hubiera sido rudo, hija de mi corazón -continuó Caleb-, y he querido
endulzártelo. He alterado los objetos, desnaturalizado el carácter de las personas, inventado muchas cosas
que no existieron jamás, para hacerte más dichosa. He guardado secreto con respecto a ti, te he rodeado de
ilusiones, ¡perdóneme Dios!, y te he colocado en medio de una existencia llena de ensueños.
-¡Pero las personas vivientes no son ensueños! -exclamó Berta precipitadamente, palideciendo y
alejándose más aún de su padre-. ¡No podíais variarlas!
-Así lo hice, no obstante, Berta -confesó Caleb-. Una persona que conoces tiempo ha..., mi paloma...
-¡Oh, padre mío! -respondió Berta con acento de amarga reprensión-; ¿por qué decís que la conozco?
¿Acaso conozco algo? ¡Si no soy más que una miserable ciega sin guía!
Dominada por su desdicha, extendió las manos como si buscase su camino a tientas, y luego las condujo
hacia su rostro con un gesto de tristeza y sombría desesperación.
-El que hoy se casa -prosiguió Caleb- es egoísta, avaro, déspota, un amo cruel para ti y para mí, hija mía,
hace muchos años; repugnante en la faz como en el corazón, siempre frío, siempre duro; distinto por
completo del retrato que te tracé, Berta mía, ¡distinto por completo!
-¡Oh! -exclamó la cieguecita, visible víctima de una tortura que estaba muy por encima de sus fuerzas-; [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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Rodeó a Dot con sus brazos y la estrechó como una niña hubiera acariciado a una de sus muñecas.
-Berta no ha podido quedarse en casa esta mañana. Temía, estoy seguro de ello, el son de las campanas y
no podía soportar la proximidad de la boda. De modo, que hemos salido temprano de casa y hemos venido
inmediatamente.
-He reflexionado sobre cuanto hice -dijo después de un momento de silencio-. Me reproché, hasta el
punto de no saber qué resolución tomar, toda la pena que le he causado, y he resuelto que más vale -si
queréis quedaros conmigo por breves instantes, señora- enterarla de toda la verdad. ¿Queréis quedaros
conmigo estos instantes? -le preguntó Caleb, temblando de pies a cabeza-. Ignoro el efecto que le voy a
producir; ignoro lo que pensará de mí; ignoro si después de la revelación amará aún a su pobre padre. Pero
es enteramente necesario para su bien que quede desengañada, y en cuanto a mí, sean cuales fueran las
consecuencias, es justo que las sufra.
-María -dijo Berta-, ¿dónde está vuestra mano? ¡Ah! Aquí, aquí está. -La llevó a sus labios con una
sonrisa, y pasándola luego bajo su brazo, continuó-: Les oí hablar anoche de cierta acusación contra ustedes.
Eran injustos.
La esposa del carretero guardaba silencio. Caleb respondió por ella:
-¡Eran injustos! -dijo.
-¡Estaba segura! -exclamó con orgullo-. Ya se lo dije a ellos. Me negué a oír en absoluto. ¡Acusarla con
justicia! -apretaba entre las suyas la mano aprisionada y juntaba su mejilla con la de Dot-. ¡No! No estoy tan
ciega como para eso.
Y Caleb estaba a un lado de la cieguecita, mientras que Dot permanecía al otro con su mano cogida.
-Os conozco a todos mejor de lo que os figuráis. Pero a nadie mejor que a ella. Ni a vos, padre mío. Nada
percibo a mi alrededor con tanta realidad, con tanta verdad como a ella. ¡Si en este instante recobrara la
vista, sin que se me dijera una sola palabra, la reconocería entre una multitud! ¡Hermana mía!
-Berta, hija mía -dijo Caleb-, necesito decirte algo que me pesa sobre la conciencia, ahora que estamos
solos los tres. Debo hacerte una confesión. ¡Encanto mío!
-¿Una confesión, padre mío?
-Me alejé de la verdad y me perdí -prosiguió Caleb con expresión desgarradora que le alteraba el
semblante por completo-. Me alejé de la verdad por tu amor, y este amor me hizo cruel.
Berta volvió hacia él su rostro, en que se reflejaba profundo asombro, y repitió:
-¡Cruel!
-Se acusa con harta severidad, Berta -añadió Dot-, lo reconoceréis vos misma; vais a reconocerlo en
seguida.
-¡Él! ¡Cruel para conmigo! -exclamó Berta con incrédula sonrisa.
-Sin querer, hija mía -dijo Caleb-. Pero lo he sido, aunque hasta ayer no lo notara. Hija mía, óyeme y
perdóname. El mundo en que vives no existe tal como te lo he representado. Los ojos de que te fiaste han
mentido.
Berta volvió de nuevo hacia él su semblante, que mostraba creciente sorpresa, pero retrocedió y se
estrechó contra su amiga.
-El camino de la vida te hubiera sido rudo, hija de mi corazón -continuó Caleb-, y he querido
endulzártelo. He alterado los objetos, desnaturalizado el carácter de las personas, inventado muchas cosas
que no existieron jamás, para hacerte más dichosa. He guardado secreto con respecto a ti, te he rodeado de
ilusiones, ¡perdóneme Dios!, y te he colocado en medio de una existencia llena de ensueños.
-¡Pero las personas vivientes no son ensueños! -exclamó Berta precipitadamente, palideciendo y
alejándose más aún de su padre-. ¡No podíais variarlas!
-Así lo hice, no obstante, Berta -confesó Caleb-. Una persona que conoces tiempo ha..., mi paloma...
-¡Oh, padre mío! -respondió Berta con acento de amarga reprensión-; ¿por qué decís que la conozco?
¿Acaso conozco algo? ¡Si no soy más que una miserable ciega sin guía!
Dominada por su desdicha, extendió las manos como si buscase su camino a tientas, y luego las condujo
hacia su rostro con un gesto de tristeza y sombría desesperación.
-El que hoy se casa -prosiguió Caleb- es egoísta, avaro, déspota, un amo cruel para ti y para mí, hija mía,
hace muchos años; repugnante en la faz como en el corazón, siempre frío, siempre duro; distinto por
completo del retrato que te tracé, Berta mía, ¡distinto por completo!
-¡Oh! -exclamó la cieguecita, visible víctima de una tortura que estaba muy por encima de sus fuerzas-; [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]