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culpa una quincena en el abanico, en la jaula, y cuando lo recuerdo,
¡chico!, me tiemblan las carnes. Me daba más miedo que vergüenza
robar, ésa es la verdad; pero ¿qué iba a hacer? Un día cogí unas
lamparillas eléctricas de una casa de la calle del Olivo; la portera me vio,
una tía vieja indecente, y se echó a correr tras de mí, gritando: «¡A ése!
¡A ése!». Yo tenía alas en los pies; figúrate. Al llegar a la iglesia de San
Luis tiré las bombillas al suelo, me colé entre la gente de la iglesia y me
agazapé en un banco; no me cogieron; pero desde entonces, ¡gachó!, tuve
un miedo que no podía con mi alma. Pues ya ves, a pesar del miedo, no
escarmenté.
-¿Volviste a coger otras lámparas?
-No, verás. Estaba en el patio de Apolo con aquella florera a la que
tanto odiaba la Rabanitos. ¿Te acuerdas?
-Sí, hombre.
-Era muy interesada la chica aquella. Pues estaba allá cuando veo a
un señor gordo, de chaleco blanco, que estaba de palique con unas
golfas. Había mucha gente; me acerco a él, cojo la cadena, tiro
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Pío Baroja
suavemente hasta sacar el reloj del bolsillo, doy la vuelta a la anilla y la
hago saltar. Como la cadena era bastante pesada, había el peligro de que
al soltarla le diera al señor en la barriga y le hiciese comprender que le
habían afanado; pero en aquel momento dieron unas palmadas, la gente
comenzó a entrar en el teatro a empellones, yo solté la cadena y me
escabullí. Iba escapado por frente á San José a meterme por la calle de
las Torres cuando siento que me cogen del brazo. ¡Chico, me entró un
sudor...! «Déjeme usted», dije yo. «Calla; si no, llamo a uno del Orden. (Yo
me callé.) Te he visto cómo limpiabas el reloj a ese pimpi.» «¿Yo?» «Tú, sí.
Tienes el reloj en el bolsillo del pantalón; conque no seas memo y anda a
tomar una copa a la taberna del Brígido.» Vamos -pensé yo-; éste es un
vivo que viene a la parte. Entramos en la taberna, y allí el hombre me
habló dato. «Mira -me dijo-, tú quieres prosperar de cualquier manera,
¿no es verdad?; pero le tienes asco al abanico, y lo comprendo, porque tú
no eres tonto; pero, bueno, ¿cómo quieres prosperar? ¿Qué armas tienes
tú para luchar en la vida? Tú eres un cimbel, que no conoce la sociedad
ni el mundo. Mañana vienes a mi casa; yo te llevaré a un bazar de ropas
hechas; compras un traje, un sombrero y un baúl y te recomendaré a
una casa de huéspedes buena; te haré ganar dinero, porque, que te
conste, que ganar dinero cuando se está en un sitio donde lo hay es lo
más mollar de la vida. Ahora dame ese reloj; a ti te engañarían.,
-¿Y le diste el reloj?
-Sí. Al día siguiente...
-Te quedarías de boqueras...
Al día siguiente estaba yo ganando dinero.
-¿Y quién es ese hombre?
-Marcos Calatrava.
-¿El Cojo? ¿El amigo del repatriado?
-El mismo. Conque ya sabes; lo que me dijo a mí él te lo digo yo a ti.
¿Quieres entrar en la comba?
-¿Pero qué hay que hacer?
-Eso depende del negocio... Si tú aceptas, vivirás bien, tendrás una
buena hembra..., peligro no hay..., conque tú dirás.
-No sé qué decirte, chico. Si hay que hacer una granujada, casi, casi
prefiero vivir así.
-Hombre, eso depende de lo que tú llames granujada. ¿A engañar le
llamas granujada? Pues hay que engañar. No hay otra cosa: o trabajar o
engañar, porque lo que es regalarte el dinero, que te conste que no te lo
han de regalar.
-Sí, es verdad.
-¡Pero si es que eso lo tienes en todo! Negociar y robar es lo mismo,
chico. No hay más diferencia que negociando eres una persona decente,
y robando te llevan a la cárcel.
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La lucha por la vida II. Mala hierba
-¿Crees tú...?
-Sí, hombre. Es más: creo que en el mundo hay dos castas de hombres:
unos, que viven bien y roban trabajo o dinero; otros, que viven mal y son
robados.
-¡Sabes que me parece que tienes razón!
-Y tal... No hay más que comer o ser comido. Conque tú dirás.
-Nada, se acepta. Otra sociedad como la de los Tres.
-No compares, que aquello no hay que recordarlo. Aquí no hay un
Bizco.
-Pero hay un Cojo.
-Sí, pero es un Cojo que vale un riñón.
-¿Es el jefe de la partida?
-Te diré, chico..., yo no lo sé. Yo me entiendo con el Cojo, el Cojo se
entiende con el Maestro, y el Maestro no sé con quién se entiende; lo que
sé es que arriba, arriba, hay gente gorda. Una advertencia te tengo que
hacer: tú ves, oyes y callas. Si te enteras de algo, me lo dices a mí; pero
fuera, ni una palabra. ¿Comprendes?
-Comprendido.
-Aquí todo es cuestión de habilidad y de mucha pupila. Si marchamos
bien, dentro de unos años se puede uno encontrar viviendo bien, hecho
una persona decente..., al pelo. [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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