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 Espero, señorita Halcombe, es decir  añadió el maestro apresuradamente ,
estoy plenamente convencido de que se engaña usted. Todo esto no es obra más
que de la estupidez y maldad de este chiquillo. Ha visto, o le ha parecido ver, a
una mujer vestida de blanco de pie al lado de la cruz de mármol del mausoleo de
su madre. Indudablemente, al pasar por allí, le ha impresionado el lugar. Esta
circunstancia y su imaginación han sido la causa de esta respuesta que la ha
lastimado.
Marian era, a pesar de su enfado, lo suficientemente justa para no comprender la
razón del profesor y su verosímil respuesta. No dijo nada y se limitó a dar las
gracias por sus atenciones, prometiéndole darle conocimiento de lo que hubiera de
nuevo con respecto a ese particular. Luego, inclinándose, salió de la escuela.
Yo no había perdido una sola palabra de la conversación, y de ella hice mis
conclusiones. Una vez en la calle, me preguntó Marian si tenía alguno opinión
sobre este asunto.
 Sí  le contesté , y por cierto muy firme. A mi entender, todo lo que cuenta
este muchacho tiene una base real. Pero primeramente me gustaría ver la tumba de
la señora Fairlie y sus alrededores.
 Pues va amos a verla.
Anduvimos un rato en silencio, y finalmente añadió:
 Esta historia ha distraído de tal modo mi atención, que me encuentro un poco
desorientada cuando quiero volver al asunto del anónimo. ¿Cree usted, señor
Hartright, que tenemos que renunciar a obtener alguna información, y que debemos
resignarnos a dejarlo todo en manos del Wilmore?
 En modo alguno, señorita Halcombe  le contesté . Por lo menos a mí, todo lo
ocurrido en la escuela me da nuevos ánimos para continuar las investigaciones.
 ¿Y cómo es posible?
 Porque todo me afirma más en la primera sospecha que despertó en mí el
anónimo.
 Supongo, señor Hartright, que habrá usted tenido poderosas razones para
ocultármelo hasta ahora.
 Perdón, incluso yo mismo me negaba a aceptarla. Me parecía inverosímil y, a
veces, he llegado a considerarla como una aberración de mis sentidos. Ahora ya no
me es posible negar la evidencia. Tanto las respuestas del muchacho a sus
preguntas, como la frase del maestro, queriendo hallar una explicación al hecho,
han convertido en certidumbre esta sospecha. Estoy seguro, señorita Halcombe,
de que el fantasma del cementerio y la autora de la extraña carta son una misma
persona.
La joven se detuvo, palideciendo. Me miró fijamente y me dijo:
 ¿Qué persona?
 Inconscientemente, ya lo ha dicho el maestro. Cuando trató de explicar la visión
del niño en el cementerio, dijo que era una mujer vestida de blanco.
 ¿Se refiere usted a Ana Catherick?
 En efecto, me refiero a ella.
Marian se cogió a mi brazo con fuerza, y con voz baja y contenido me dijo:
 No puedo explicar por qué, pero hay algo en todo esto que me sobresalta y
aterroriza.  Guardó silencio durante algunos minutos y consintió: Voy a enseñarle
a usted, señor Hartright, el sepulcro, y volveré inmediatamente a casa. No quiero
dejar a Laura tanto tiempo sola. Es mejor que le haga compañía.
Casi habíamos negado ya al cementerio. La iglesia era un sombrío edificio de
piedra gris, y estaba sepultada en un valle que la protegía contra los vientos
procedentes del mar. Desde la iglesia y por la falda de la montaña se extendía el
cementerio, rodeado de una grosera tapia de piedra, franqueada por una puerta de
hierro. Un grupo de sauces constituía todo un arbolado, y precisamente entre ellos,
y visible desde todos los puntos de aquel lugar, distinguiéndose sobre las demás,
veíase la cruz de mármol blanco del sepulcro de la señora Fairlie.
 Creo que no es necesario que le acompañe a usted más lejos  dijo Marian,
señalándome la cruz . Ya me dirá usted si lo que descubra confirma sus
sospechas.
Pronunciadas estas palabras, se alejó. Entré en el cementerio y me acerqué a la
tumba.
En torno a esta, el césped era demasiado corto y excesivamente dura la tierra para
que conservara huella alguna. Un poco chasqueado, examiné la cruz atentamente y
lo mismo el toque que le servía de base y la lápida que contenía la inscripción. La
blancura del mármol estaba alterada por unas pequeñas manchas, sobretodo en el
lugar en que se hallaba grabado el nombre de la muerta. Una de las partes de la
sepultura estaba completamente limpia, y esto llamó particularmente mí atención,
por cuanto, la línea que separaba lo limpio del lo sucio era demasiado recta para
no ser artificial. ¿Quién había comenzado a limpiarla? ¿Por qué no lo habían
terminado?
Miré en torno mío; como buscando una solución a aquel problema. Ni el menor
síntoma de vida se advertía en aquellas soledades. El cementerio parecía
pertenecer eternamente a los muertos. Me dirigí a la iglesia y examiné todo el
edificio. La parte posterior de la construcción daba a una cantera abandonada, y
apoyándose contra ésta levantábase una pequeña casa, o, mejor dicho, una cabaña,
ante la cual se hallaba lavando una mujer ya entrada en años. Me dirigí a ella y
comenzamos a hablar del cementerio. Casi de primera intención me dijo que su
marido hacía las veces de enterrador y sacristán. Elogié el mausoleo de la señora [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]
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