[ Pobierz całość w formacie PDF ]

cuerda y luego anudarla al cuello del muerto. Llegados a este punto, tirando fuerte, se puede hacer subir el
cadáver hasta donde se quiera, pero para izarlo es necesario que quien tira de la cuerda pese bastante más
que la carga que se quiere elevar. El joven muerto no era un coloso, pero tampoco un delgaducho.
Créame, Excelencia, ¡para levantarlo hicieron falta al menos dos personas!
-Muy bien, muy bien, Nicolò, pero para hacer lo que has dicho, ¿basta uno cualquiera o hace falta un
marinero? -preguntó con tono inocente maese Stefano, mientras se alisaba sus rojizos bigotes.
-Pues sí, Excelencia, se precisa un gran marinero, ¿quién, sino, podría hacer semejante maniobra, de
noche, en la cima del mástil de trinquete de una carraca en ruta y con la mar agitada?
-Bien... bien, eres un muchacho listo -dijo maese Stefano. Dirigiéndose a maese Anselmo, añadió-:
¡Dadle también un trozo de carne y de queso!
-Gracias, Excelencia, ¡que Dios lo bendiga!
Después de haber hecho una seña de agradecimiento al Cocinero de los Botta, el Gran Cocinero se alejó
pensativo.
Entre la bebida, los gritos descompuestos y las bromas estaba finalizando el cuarto servicio, y maese
Stefano mandó decir a Trotti que le agradaría verlo antes de que terminara el intermedio.
Micer Jacopo llegó en cuanto pudo, y los dos se pusieron a confabular cerca de la escalera. El cocinero
refirió con detalle cuanto había averiguado gracias al bagarino, porque, si bien muchas de las cosas ya las
conocía, algunos datos podían ser importantes.
Obviamente hablaron también de la muerte del caballero Stampa. La rapidísima desaparición del
cadáver había eliminado toda la espectacularidad al delito, aunque el espacio de las hipótesis se había
reducido muchísimo. Tenían la sensación de que el desenlace era inminente y de que sus sospechas se
estaban concretando. Los dos amigos seguían haciéndose la misma pregunta: ¿por qué se quitó la malla
de hierro que se había puesto bajo el jubón? ¿Qué y, sobre todo, quién le indujo a hacerlo? Por un
momento estuvieron en silencio, pensativos. Luego micer Jacopo preguntó al cocinero:
-¿También vos pensáis lo mismo que yo? -Y murmuró algo al oído del amigo.
-Creo que estáis en lo cierto, micer Trotti. Por otra parte, no existe otra posibilidad, los asesinos sólo
pueden ser ellos.
-Entonces, después de las últimas novedades, el conde de Pusterla no puede ser el asesino. Y si así es,
corre un gran peligro, pero esta vez podemos salvarlo, al menos a uno.
Trotti se precipitó, pues, hacia el salón principal, donde los convidados, cada vez más ebrios, se habían
dispersado fuera, al aire libre, para recuperar el aliento. Apartó a Ridolfo da Pusterla, alejándolo de sus
compañeros, y trató de convencerlo de que dejara de inmediato el castillo.
-Si no tenéis dinero, os lo daré yo. Coged mi caballo y huid, porque ahora estáis en verdadero peligro.
El joven, que había bebido demasiado, no estaba en condiciones de dar una respuesta sensata. A duras
penas se sostenía en pie y, tambaleándose, farfulló:
-,Yo ya tengo quien me defienda, mis amigos y esta, esta misma-replicó, indicando su pesada cota de
malla de acero.
Micer Trotti trató de insistir otra vez, pero se dio cuenta de que el conde ni siquiera le escuchaba.
Le habría gustado insistir con mayor firmeza, incluso arrastrarlo a la fuerza, pero la tediosa etiqueta
requería, si bien durante pocos minutos, dirigirse de nuevo al Moro para presentarle sus reverencias,
como sucedía después de cada intervalo. Así pues, acompañado por oscuros pensamientos, tuvo que dejar
al muchacho.
Cuando llegó, el señor duque Ludovico conversaba con el conde de Caiazzo. Sólo pudo aferrar algunos
jirones de frase:
-¡Ya basta! Incapaces... Quiero la cabeza del asesino. ¡Traédmelo vivo o muerto... antes del final del
banquete!
Trotti intercambió algunas palabras corteses con el Moro. Tenía prisa y no se extendió. Corrió para
alcanzar al conde de Pusterla, pero él y su grupo había desaparecido. El Diplomático intuyó que estaba a
punto de consumarse otra tragedia. Y quizá ya era demasiado tarde...
Los platos del quinto servicio llegaron a las mesas. En la sala hacían su entrada Vertumno, Pomona y
su cortejo con centros de mesa de verduras y fruta, sobre todo manzanas y peras confitadas en vino.
En la nave en penumbra, el Credenciero vigilaba atentamente que ensaladas, platos fríos y dulces se
sirvieran con regularidad y abundancia a los convidados. Así, se les ofrecía ora tortas verdes de hierbas a
la boloñesa, ora tartas blancas de mazapán, ora tartas de requesón fresco de oveja, ora tortiglioni, dulces
con forma de espiral de pasta de almendra azucarada, ora piñonates frescos, ora tortas saladas con queso y
sangre de ternera, espolvoreadas de azúcar. Cajitas de gelatinas de membrillo acompañadas de pastelitos
de almendra y de peras pequeñas. Los pastelitos de mantequilla fresca, rociada con la jeringa de agua de
rosas, se alternaban con las galletas romanas bañadas en Trebbiano de Toscana.
Multitud de bailarines disfrazados de cocineros, en nombre de Apicio, el legendario cocinero de la
Roma antigua, ofrecieron un centro de nata batida que «dolce e amaro in un sapore assesta»
En ese preciso momento llegó a la mesa el agua de rosas para limpiarse los dedos, cosa que todos
necesitaban.
Hebe portaba, danzando, una composición de «néctar y ambrosia»
Los pinches, los oficiales de cocina y los gachupines estaban ordenando un poco, lavando ollas y [ Pobierz całość w formacie PDF ]
  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • exclamation.htw.pl